Amanecía mi octavo y último día en San Francisco. Con el vuelo programado para las 19:15, tenía toda la mañana por delante para visitar aquellos lugares que, por una razón u otra, se habían quedado pendientes en mi itinerario. La Ciudad de la Bahía aún guardaba secretos por descubrir, y yo estaba decidido a aprovechar cada minuto.
Preparativos matutinos: La solución BAGBNB #
No quería cargar con mi mochila durante todo el día, así que decidí utilizar un servicio llamado BAGBNB. Por seis dólares, podía dejar mi equipaje en un lugar seguro y moverme con libertad. Aunque parecía una solución perfecta, la experiencia resultó ser un poco peculiar.
Elegí dejar la mochila hotel Luz, cerca de Union Square. La experiencia no fue precisamente agradable: me atendió un hombre con un inglés apenas comprensible y una actitud que dejaba mucho que desear. Su ceño fruncido y sus gruñidos me hicieron dudar por un momento, pero la necesidad de librarme del peso de la mochila pudo más. A pesar de todo, confié en que mi equipaje estaría a salvo y me aventuré a las calles de San Francisco.
Liberado del peso, comencé a callejear por la ciudad, admirando los coloridos grafitis que adornan sus muros. San Francisco es conocida por su vibrante escena de arte callejero, y cada esquina parecía ofrecer una nueva obra maestra. Desde intrincados murales que contaban la historia de la ciudad hasta ingeniosas piezas de arte conceptual, las paredes hablaban con voz propia.
Mi vagabundeo me llevó hasta la Saint Brigid Catholic Church. Esta iglesia, ubicada en el corazón de San Francisco, es un testimonio de la rica historia del barrio. Construida en 1864, ha sobrevivido a terremotos e incendios, convirtiéndose en un símbolo de resiliencia para la comunidad local. Su arquitectura neogótica se alza majestuosa entre los edificios modernos, ofreciendo un contraste fascinante entre lo antiguo y lo nuevo.
Desafiando la gravedad: Las colinas de San Francisco #
Continué mi camino, enfrentándome a las famosas cuestas de San Francisco. Cada paso era un desafío, pero también una oportunidad para apreciar las vistas panorámicas de la ciudad. Los transeúntes jadeaban a mi alrededor, algunos riendo ante el esfuerzo, otros maldiciendo en voz baja. Pero todos compartíamos esa extraña mezcla de sufrimiento y asombro que solo las colinas de San Francisco pueden provocar.
Lombard Street: La calle más curva del mundo #
Mi esfuerzo se vio recompensado al llegar a la parte alta de la mítica Lombard Street. Conocida como "la calle más curva del mundo", su zigzag descendente entre jardines floridos es un espectáculo único. No pude resistirme a tomar un sinfín de fotos, intentando capturar la esencia de este lugar tan peculiar. Observé cómo los coches descendían lentamente, sus conductores concentrados en cada giro, mientras los turistas nos agolpábamos en las aceras, buscando el ángulo perfecto para la foto.
Desde Lombard Street, mis pasos me llevaron hasta North Beach, el barrio italiano de la ciudad. El aroma a café recién hecho y a pizza recién horneada inundaba las calles. Las mesas de las terrazas estaban llenas de gente disfrutando de cappuccinos y conversaciones animadas. Por un momento, me sentí transportado a una piazza italiana, rodeado de la calidez y el encanto mediterráneo.
Cable Car Museum: Un viaje al pasado #
Decidí tomar un descanso de la caminata y subí al tranvía para dirigirme al Cable Car Museum. Este museo es una joya escondida que ofrece una fascinante mirada al pasado de San Francisco. Aquí, uno puede observar los mecanismos originales que mueven los icónicos tranvías de la ciudad. Las enormes ruedas y cables en movimiento, junto con exhibiciones históricas, cuentan la historia de este medio de transporte que ha definido el paisaje urbano de San Francisco desde 1873.
Es flipante la ingeniería que hay detrás de estos vehículos históricos. Los guías del museo, apasionados por su trabajo, compartían anécdotas fascinantes sobre la evolución del sistema de tranvías y su importancia en el desarrollo de la ciudad. Salí del museo con una nueva apreciación por estos íconos de San Francisco que había estado utilizando varias veces durante el viaje.
Chinatown: Un viaje a Oriente sin salir de América #
Tras la visita al museo, bajé caminando hacia Chinatown. En el intento anterior, la lluvia me había impedido explorarlo adecuadamente, así que esta era mi oportunidad. El Chinatown de San Francisco es el más grande fuera de Asia y el más antiguo de Norteamérica. Nada más cruzar la famosa puerta de entrada en Grant Avenue, te sientes transportado a otro mundo.
Sus calles estrechas están llenas de tiendas de curiosidades, mercados tradicionales y restaurantes que emanan aromas irresistibles. Me perdí entre sus callejuelas, fotografiando los coloridos murales y las fachadas ornamentadas. Cada esquina parecía guardar un secreto, una historia que contar.
Los grafitis en Chinatown merecen una mención especial. A diferencia de otras partes de la ciudad, aquí el arte urbano fusiona elementos tradicionales chinos con estilos contemporáneos. Dragones de neón se entrelazaban con caracteres chinos estilizados, creando un paisaje visual único que captaba la esencia de este barrio multicultural.
Haight-Ashbury: El espíritu hippie sigue vivo #
Mi próxima parada fue el barrio de Haight-Ashbury, al que llegué en tranvía. Este vecindario, famoso por ser el epicentro del movimiento hippie en los años 60, aún conserva ese espíritu bohemio y contracultural.
Las tiendas vintage, las librerías independientes y los cafés alternativos abundan en sus calles. Paseando por Haight Street, uno casi puede imaginarse a Janis Joplin o a los Grateful Dead tocando en algún local cercano. El barrio es un testimonio vivo de una época que cambió la cultura americana para siempre.
Me detuve en Amoeba Music, una tienda de discos gigantesca que parece sacada de otra época. Sus estanterías repletas de vinilos y CDs son un paraíso para cualquier melómano. Aunque no compré nada, el simple hecho de explorar sus pasillos fue una experiencia en sí misma.
Lo que más me sorprendió de Haight-Ashbury fue cómo ha evolucionado sin perder su esencia. Junto a las tiendas de ropa tie-dye y los puestos de incienso, encontré boutiques de moda sostenible y cafeterías que servían lattes de CBD. El espíritu de libertad y experimentación sigue vivo, adaptado a los tiempos modernos.
El final del viaje #
Con el tiempo apremiando, volví al hotel Luz para recoger mi mochila. A pesar del mal sabor de boca que me había dejado la experiencia matutina, me alegré de encontrar mi equipaje intacto. De allí, me dirigí al aeropuerto, donde me esperaba mi vuelo de regreso a Barcelona.
San Francisco volvió a despedirme como me recibió: con lluvia intensa. Supongo que es lo que tiene viajar en febrero, que no puedes esperar encontrarte la soleada California.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
Esenciales Urbanos
A lo largo de mis viajes, he descubierto que cada ciudad tiene un latido único, una esencia que la define. En 'Esenciales Urbanos', comparto contigo esos momentos y lugares que, para mí, capturan el alma de cada destino que he explorado.
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