Tras un día lleno de descubrimientos en el corazón de Bucarest, dediqué mi segunda y última jornada a explorar algunas de las joyas menos conocidas de la capital rumana. Este día me llevó desde monumentos históricos hasta un fascinante viaje por la cultura tradicional rumana, todo ello antes de emprender mi regreso a España.
Arcul de Triumf: Un toque parisino en Bucarest #
Mi día comenzó con una visita al Arcul de Triumf, el arco de triunfo de Bucarest. Este monumento, reminiscente de su famoso homónimo parisino, se erige majestuoso en el norte de la ciudad. Construido originalmente en madera en 1878 para conmemorar la independencia de Rumanía, el arco actual, de hormigón y granito, data de 1936.
El Arcul de Triumf no solo es un símbolo de la independencia rumana, sino también un testimonio de la conexión cultural entre Rumanía y Francia. Sus relieves y esculturas cuentan la historia del país, desde la época romana hasta la unificación de 1918. Aunque no pude subir a la terraza superior (que a veces está abierta al público), la vista del arco y las amplias avenidas que lo rodean fue impresionante.
Parcul Herăstrău: Un oasis verde en la ciudad #
Desde el Arco de Triunfo, me dirigí al cercano Parcul Herăstrău, uno de los parques urbanos más grandes de Europa. Este extenso pulmón verde de Bucarest, que rodea el lago Herăstrău, ofrece un respiro refrescante del bullicio de la ciudad.
Paseé por sus senderos arbolados, observando a los locales disfrutar de actividades al aire libre. El parque alberga varios jardines temáticos, monumentos y áreas de recreo. Aunque mi visita fue breve, pude apreciar por qué es tan querido por los habitantes de Bucarest. En verano, imagino que sería un lugar perfecto para un picnic o un paseo en barca por el lago.
Muzeul Național al Satului "Dimitrie Gusti": Un viaje en el tiempo #
La joya de mi día, y posiblemente de todo mi viaje a Bucarest, fue la visita al Muzeul Național al Satului "Dimitrie Gusti" o Museo Nacional de la Aldea. Este fascinante museo al aire libre merece una descripción detallada, ya que es verdaderamente único y muy diferente a lo que estamos acostumbrados en España.
Un concepto innovador #
El Museo Nacional de la Aldea no es un museo tradicional con salas y vitrinas. Fundado en 1936 por el sociólogo Dimitrie Gusti, este museo es en realidad una "aldea" recreada que ocupa 10 hectáreas a orillas del lago Herăstrău. Consiste en más de 300 edificios tradicionales trasladados desde diferentes regiones de Rumanía y reconstruidos aquí para preservar y mostrar la rica cultura rural del país.
Entrada al museo #
Nada más llegar, me encontré con una pequeña zona de taquillas cerca de la entrada, donde pude dejar mi mochila de forma segura antes de comenzar la visita. Este detalle práctico me permitió explorar el museo con mayor comodidad.
Un paseo por la Rumanía rural #
Al entrar al museo, me sentí transportado a la Rumanía rural de los siglos XVIII y XIX. El recorrido me llevó por senderos serpenteantes entre casas de madera, iglesias, molinos de viento y agua, talleres de artesanos y otras estructuras, todas ellas auténticas y cuidadosamente restauradas.
Cada región de Rumanía está representada, mostrando la diversidad arquitectónica y cultural del país. Pude ver desde las casas de madera tallada de Maramureș en el norte, hasta las viviendas semi-subterráneas de Oltenia en el sur.
Inmersión en la vida rural #
Lo que hace único a este museo es su atención al detalle. Cada casa está amueblada con objetos originales de la época, desde utensilios de cocina hasta herramientas agrícolas y trajes tradicionales. En algunos edificios, incluso hay artesanos trabajando, demostrando técnicas tradicionales de tejido, alfarería o talla de madera.
Una de las estructuras que más me impresionó fue una iglesia de madera de Transilvania, con sus intrincados iconos y su atmósfera de profunda espiritualidad. También me fascinaron los ingeniosos molinos de agua y viento, testimonio de la inventiva de los campesinos rumanos.
Un museo vivo #
Lo que distingue al Museo Nacional de la Aldea de otros museos etnográficos es su carácter "vivo". Durante mi visita, que duró varias horas, pude observar demostraciones de oficios tradicionales, escuchar música folclórica y, en ciertas áreas, incluso probar platos típicos de la cocina rural rumana.
El museo no solo preserva edificios y objetos, sino también tradiciones vivas. Dependiendo de la época del año, alberga festivales y eventos que recrean costumbres y celebraciones tradicionales, aunque lamentablemente no coincidió ninguno con mi visita.
Reflexiones sobre la visita #
Dedicar varias horas a este museo fue una decisión acertada. La experiencia fue inmersiva y educativa, ofreciéndome una comprensión profunda de la vida rural rumana que no habría podido obtener de otra manera. Para alguien acostumbrado a los museos más convencionales de España, este enfoque al aire libre y experiencial fue una revelación.
El Museo Nacional de la Aldea no solo preserva el pasado, sino que lo hace accesible y relevante para el presente. Es un testimonio del rico patrimonio cultural de Rumanía y un recordatorio de la importancia de mantener vivas las tradiciones en un mundo cada vez más globalizado.
Regreso a casa #
Después de esta enriquecedora visita, era hora de dirigirme al aeropuerto. Tomé un autobús desde las cercanías del museo, llegando con tiempo suficiente para mi vuelo de Wizz Air con destino a Santander, programado para las 15:05.
El viaje de regreso transcurrió sin mayores incidentes, aunque con un pequeño retraso. Desde Santander, tomé un autobús a Bilbao, completando así mi breve pero intensa aventura en Rumanía.
Reflexiones finales #
Este segundo día en Bucarest, aunque más breve, fue igualmente enriquecedor. El contraste entre el monumental Arco de Triunfo, el moderno y verde Parque Herăstrău, y el tradicional Museo Nacional de la Aldea, me ofreció una visión más completa de la diversidad y riqueza cultural de Rumanía.
Mi visita a Bucarest, aunque corta, fue una experiencia que superó mis expectativas. La ciudad me sorprendió con su mezcla de historia, cultura y modernidad, y el Museo Nacional de la Aldea fue sin duda el broche de oro perfecto para mi viaje.
Para cualquiera que visite Rumanía, recomiendo encarecidamente dedicar tiempo no solo a los monumentos y el centro histórico de Bucarest, sino también a joyas como el Museo Nacional de la Aldea. Es en lugares como este donde realmente se puede apreciar la profundidad y autenticidad de la cultura rumana.
Dejé Bucarest con la sensación de haber descubierto un destino fascinante y con el deseo de volver algún día para explorar más a fondo este país lleno de sorpresas.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
Esenciales Urbanos
A lo largo de mis viajes, he descubierto que cada ciudad tiene un latido único, una esencia que la define. En 'Esenciales Urbanos', comparto contigo esos momentos y lugares que, para mí, capturan el alma de cada destino que he explorado.
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