En la era de las redes sociales y la constante búsqueda de validación online, una nueva tendencia ha surgido entre los viajeros: el conteo obsesivo de países visitados.

Como un contador en un videojuego, muchos parecen estar más preocupados por incrementar su "puntuación" que por sumergirse en las experiencias que cada destino ofrece. Pero, ¿realmente importa el número de banderas que podamos añadir a nuestro perfil de Instagram? ¿Es esa la verdadera medida de un viajero experimentado?

La trampa de los números #

Confieso que no sé el número exacto de países que he visitado. Podría sentarme, hacer la cuenta y probablemente sorprenderme con una cifra que algunos considerarían baja para alguien que lleva años viajando. Pero, ¿acaso eso me hace menos viajero? ¿O simplemente refleja una forma diferente de entender y experimentar el mundo?

La obsesión por el conteo de países visitados ha llevado a situaciones casi cómicas. He conocido a personas que se jactan de haber "visitado" un país después de una escala de ocho horas en su aeropuerto principal. Otros cuentan como países separados territorios que son parte de una misma nación. Esta mentalidad de "coleccionista" reduce los viajes a meras casillas por marcar, perdiendo de vista la riqueza y profundidad que cada lugar puede ofrecer.

La calidad sobre la cantidad #

Pensemos en Francia, un país que he visitado innumerables veces por su proximidad. Según la lógica del conteo de países, todas mis escapadas a diferentes regiones francesas, explorando su diversa gastronomía, arquitectura y paisajes, contarían como una sola visita. ¿Es justo reducir la vastedad de experiencias que ofrece un país como Francia a un simple número en una lista?

Lo mismo ocurre con países enormes y diversos como China. He tenido la suerte de visitar Hong Kong y Shanghái en viajes separados. ¿Significa eso que "conozco China"? En absoluto. Apenas he arañado la superficie de dos de sus ciudades más internacionales. Marcar China como "visitada" y no contemplar volver sería un error garrafal, una simplificación absurda de un país con una historia y cultura milenarias.

La profundidad de la experiencia #

Hace años, en uno de mis primeros viajes como adulto, participé en un tour organizado que visitaba Viena, Praga y Budapest en una semana. Sobre el papel, sonaba impresionante: tres ciudades icónicas, tres países diferentes, todo en siete días. Sin embargo, la realidad fue muy distinta. Fue en visitas posteriores, viajando por mi cuenta y con más tiempo, cuando realmente sentí que empezaba a conocer estas ciudades, a sumergirme en su ritmo y a entender su esencia.

Esta experiencia me enseñó una valiosa lección: la verdadera riqueza de viajar no está en la cantidad de sellos en el pasaporte, sino en la profundidad de las conexiones que establecemos con los lugares que visitamos. Un mes en un solo país puede ser infinitamente más enriquecedor que un tour relámpago por diez naciones diferentes.

El absurdo de las métricas simplistas #

La obsesión por contar países visitados llega a extremos ridículos. Durante una visita a Pulau Ubin, una pequeña isla de Singapur, mi teléfono captó señal de una red malasia. ¿Significa eso que puedo añadir Malasia a mi lista de países visitados? Por supuesto que no. Este ejemplo ilustra lo absurdo que puede llegar a ser el conteo de países cuando se lleva al extremo.

Como en tantos otros aspectos de la vida, las métricas en los viajes deben interpretarse con cuidado. El simple número de países visitados no es un dato fiable para medir la experiencia o el conocimiento de un viajero. Es más, centrarse exclusivamente en esta métrica puede llevar a experiencias superficiales y a perder de vista el verdadero valor de viajar.

Redescubriendo el sentido del viaje #

En lugar de obsesionarnos con los números, deberíamos enfocarnos en la calidad de nuestras experiencias. Viajar es mucho más que acumular sellos en el pasaporte o fotos para las redes sociales. Es sobre el crecimiento personal, el entendimiento intercultural, y la ampliación de nuestras perspectivas.

Cada viaje, sea a un país nuevo o a uno que ya hemos visitado antes, ofrece la oportunidad de descubrir algo nuevo. Puede ser un rincón desconocido de una ciudad familiar, una conversación reveladora con un local, o un plato tradicional que nunca habíamos probado. Estas son las verdaderas joyas del viaje, los momentos que nos enriquecen y que no pueden cuantificarse en una lista de países visitados.

Conclusión: El viaje como crecimiento, no como competición #

Al final, lo que realmente importa no es cuántos países hemos visitado, sino cómo esos viajes nos han cambiado. ¿Hemos aprendido a ver el mundo desde diferentes perspectivas? ¿Hemos desafiado nuestros prejuicios y ampliado nuestros horizontes? ¿Hemos establecido conexiones significativas con personas de diferentes culturas?

Estas son las verdaderas medidas del éxito en los viajes. No se trata de una competición para ver quién ha visitado más países, sino de un viaje personal de descubrimiento y crecimiento. Así que la próxima vez que te sientas tentado a contar los países que has visitado, mejor cuenta las experiencias que te han transformado, las amistades que has forjado, y las lecciones que has aprendido en el camino. Esas son las verdaderas riquezas del viajero, y ningún número podrá jamás capturarlas en su totalidad.