Recuerdo como si fuera ayer mi primer viaje como "adulto". Corría el año 1992 y, con la ilusión de quien se siente mayor por primera vez, me embarqué en una aventura hacia Sevilla para visitar la Expo'92.

Armado con una cámara de carrete prestada y un puñado de pesetas ahorradas, me sentía listo para conquistar el mundo, o al menos, para explorar aquella exposición universal que prometía mostrarnos el futuro.

En aquella época, cada foto era una decisión consciente. ¿Merecía este pabellón uno de mis preciados 36 disparos? ¿Debería guardar el último para la espectacular Puerta de la Cartuja iluminada de noche? La idea de fotografiar cada plato de gazpacho que probaba o de hacer diez versiones de la misma pose frente a la Esfera Bioclimática era simplemente inconcebible.

Hoy, más de tres décadas después, me encuentro reflexionando sobre cómo ha cambiado nuestra forma de viajar mientras observo a un grupo de jóvenes haciendo cola para conseguir el selfie perfecto frente a las Setas de Sevilla. Este contraste entre mi experiencia en la Expo'92 y la realidad actual de los viajes en la era de Instagram me ha llevado a cuestionarme: ¿estamos viajando para vivir o para mostrar?

Del carrete limitado al almacenamiento ilimitado: La liberación fotográfica #

En aquel viaje a Sevilla, cada foto era un tesoro. Recuerdo la emoción de volver a casa y llevar el carrete a revelar, esperando ansiosamente para ver si había captado la magia del espectáculo nocturno del lago o si había logrado un buen encuadre del Pabellón de España. El proceso era caro y limitado, lo que nos obligaba a ser selectivos y a vivir muchos momentos simplemente a través de nuestros ojos y nuestra memoria.

Ahora, con nuestros smartphones, tenemos la capacidad de tomar miles de fotos sin coste adicional. Esta liberación ha transformado completamente nuestra relación con la fotografía de viajes. Por un lado, nos permite capturar muchos más momentos y detalles de nuestros viajes. Por otro, a veces parece que pasamos más tiempo mirando a través de una pantalla que experimentando el mundo que nos rodea.

La presión de lo "instagrameable": Cuando el viaje se convierte en una sesión de fotos #

En mis viajes recientes, he observado un fenómeno curioso. Muchos viajeros parecen elegir sus destinos y experiencias basándose en lo bien que se verán en sus redes sociales. He visto colas interminables para tomar la misma foto en una cabina de teléfono en Londres con el Big Ben de fondo, o gente arriesgando su vida por un selfie perfecto en los acantilados de la Costa Brava.

Este fenómeno de lo "instagrameable" ha llegado incluso a influir en cómo se diseñan y promocionan los destinos turísticos. Cuando volví a Sevilla en 2019, me sorprendió ver cómo lugares como la Plaza de España se habían convertido en auténticos escenarios para las redes sociales, con turistas posando en cada rincón y buscando el ángulo perfecto para sus fotos.

El impacto en la experiencia de viaje: ¿Estamos perdiendo la esencia? #

Esta obsesión por documentar y compartir cada momento me hace preguntarme si estamos perdiendo algo esencial en nuestros viajes. En aquella primera visita a la Expo'92, la limitación de las fotos me obligaba a estar más presente, a observar más, a sumergirme completamente en cada experiencia. Ahora, veo a muchos viajeros tan preocupados por capturar el momento perfecto que parecen olvidar vivirlo.

Sin embargo, sería injusto no reconocer los aspectos positivos de esta evolución. La facilidad para tomar y compartir fotos ha democratizado el viaje, inspirando a más personas a explorar el mundo y permitiéndonos compartir nuestras experiencias con seres queridos de forma instantánea.

Buscando el equilibrio: Lecciones de un viajero veterano #

A lo largo de los años, desde aquella primera aventura en Sevilla hasta mis viajes más recientes, he aprendido a encontrar un equilibrio entre documentar mis viajes y vivirlos plenamente. Aquí algunas estrategias que he adoptado:

1. Momentos de desconexión: Dedicar tiempo cada día a explorar sin cámara ni teléfono, como hacía en mis primeros viajes.
2. Calidad sobre cantidad: En lugar de fotografiar todo, elijo cuidadosamente los momentos que quiero capturar, como hacíamos con los carretes limitados.
3. Vivir primero, fotografiar después: Experimento plenamente un lugar o momento antes de pensar en fotografiarlo.
4. Reflexión y journaling: Dedico tiempo cada noche a escribir sobre mis experiencias, una práctica que me ayuda a procesarlas y recordarlas mejor que cualquier foto.

El futuro del viaje: Redescubriendo la autenticidad en la era digital #

A pesar de los desafíos, veo señales esperanzadoras. Cada vez más viajeros, especialmente los más jóvenes, están buscando experiencias auténticas y significativas más allá de la foto perfecta. El auge del "slow travel" y el turismo sostenible son ejemplos de cómo estamos repensando nuestra forma de viajar.

Conclusión: El viaje como transformación personal #

Después de décadas viajando, desde aquella emocionante visita a la Expo'92 hasta la era de Instagram, he llegado a una conclusión: el verdadero valor de viajar no está en las fotos que tomamos, sino en cómo nos transforman nuestras experiencias.

Así que, la próxima vez que estés de viaje, te invito a hacer un ejercicio: guarda tu teléfono por un momento, mira a tu alrededor y pregúntate: "¿Cómo me está cambiando este lugar? ¿Qué estoy aprendiendo sobre el mundo y sobre mí mismo?" Porque al final, esos son los recuerdos más valiosos que nos llevamos a casa, aquellos que no caben en ninguna tarjeta de memoria, sino en nuestro corazón y en nuestra mente.