Couchsurfing: las expectativas que no se cumplieron
Mi viaje personal por la plataforma que prometía el mundo y entregó contratiempos
En la era digital, donde la distancia entre continentes se mide en clics, surgió una plataforma que prometía revolucionar la forma en que viajamos y nos conectamos: Couchsurfing. La premisa era tan simple como atractiva: una red global de viajeros y locales dispuestos a compartir no solo un espacio en sus hogares, sino también sus culturas, historias y vidas.
Como ávido viajero y eterno optimista, la idea me cautivó desde el primer momento. ¿Quién no querría sumergirse en la autenticidad de un lugar, guiado por la mano amiga de un local? Ahorrar en alojamiento parecía casi un beneficio secundario frente a la riqueza de experiencias que Couchsurfing prometía.
Sin embargo, como suele ocurrir con las utopías, la realidad tenía otros planes. Mi viaje por el mundo de Couchsurfing se convertiría en una montaña rusa de experiencias que pondría a prueba mi fe en la bondad humana y en el concepto mismo de la hospitalidad desinteresada.
El principio: Dar para recibir #
Siempre he creído en el karma, o al menos en su versión más pragmática: si quieres recibir algo bueno, comienza por ofrecer algo bueno. Así que, armado con entusiasmo y una habitación libre en mi apartamento de Bilbao, me lancé a la aventura de ser anfitrión antes de convertirme en surfista.
Mi lógica era impecable, o eso creía. Vivía solo, tenía espacio de sobra y la perspectiva de intercambiar historias con viajeros de todo el mundo me emocionaba. ¿Qué podía salir mal? Como pronto descubriría, bastantes cosas.
Primera ola: El sueco silencioso y la cuenta inesperada #
Mi estreno como anfitrión llegó en forma de un joven sueco, alto y taciturno. Las primeras horas fueron un ejercicio de paciencia y creatividad, intentando sacar conversación de donde no la había. "Quizás solo está cansado del viaje", me dije, determinado a no juzgar prematuramente.
El segundo día, decidido a romper el hielo, le propuse un tour por el Casco Viejo de Bilbao. Mis ojos brillaban anticipando el momento de compartir la riqueza cultural y gastronómica de mi ciudad. Lo que no anticipé fue el momento incómodo que se avecinaba.
Mientras paseábamos entre las callejuelas medievales, mi huésped expresó su deseo de probar los famosos pintxos bilbaínos. ¡Perfecto!, pensé, hasta que llegó el momento de pagar. La mirada expectante de mi invitado me hizo caer en la cuenta: él esperaba que yo corriera con todos los gastos.
El silencio incómodo que siguió solo se rompió cuando sugerí, con toda la diplomacia que pude reunir, que dividiéramos la cuenta. Accedió, pero el ambiente ya estaba enrarecido. ¿Era yo el tacaño por no querer pagar, o él por esperar que lo hiciera?
Esa noche, reflexionando sobre lo sucedido, me pregunté si había malinterpretado el concepto de hospitalidad. ¿Dónde estaba el límite entre ser un buen anfitrión y sentirse explotado?
Segunda ola: Cuando Couchsurfing se confunde con Grindr #
Apenas recuperado de mi primera experiencia, recibí a mi segundo huésped: un chico rumano con una sonrisa fácil y ojos inquietos. A diferencia del sueco, este parecía tener sus propios planes. Desaparecía durante el día y regresaba tarde, lo cual, pensé, era su prerrogativa como viajero.
Lo que no esperaba era su propuesta la segunda noche. Tras dos días de interacción mínima, su súbita invitación a compartir más que la sala me dejó perplejo. "¿En qué momento Couchsurfing se convirtió en una aplicación de citas?", me pregunté, incómodo y confundido.
Esta experiencia me hizo cuestionar no solo la plataforma, sino también las expectativas y motivaciones de algunos de sus usuarios. ¿Era ingenuo esperar que todos buscaran simplemente un intercambio cultural?
Cambiando de perspectiva: De anfitrión a viajero #
Decidido a no juzgar toda la plataforma por dos experiencias desafortunadas, pensé que quizás la clave estaba en cambiar de rol. Como viajero, seguramente podría apreciar mejor el verdadero espíritu de Couchsurfing.
Mi primer intento fue en San Francisco. Contacté a un local, no para alojarme, sino simplemente para conocer la ciudad desde una perspectiva auténtica. La respuesta inicial fue entusiasta, pero días antes de mi llegada, la cancelación llegó sin mayor explicación. Decepcionante, pero comprensible. Los imprevistos ocurren, me dije.
Sin desanimarme, lo intenté de nuevo en Estambul. El resultado fue un déjà vu desalentador: otra cancelación de última hora. Esta vez, la frustración fue mayor. ¿No se suponía que esta plataforma estaba diseñada precisamente para facilitar estas conexiones?
Reflexiones finales: El precio de la hospitalidad gratuita #
Tras estas experiencias, me encontré en una encrucijada. Por un lado, internet estaba lleno de historias maravillosas sobre Couchsurfing: amistades forjadas, aventuras inesperadas, y genuinos intercambios culturales. Por otro, mi propia experiencia pintaba un cuadro muy diferente.
¿Dónde estaba la desconexión? Quizás la respuesta yace en la naturaleza misma de las interacciones humanas en la era digital. En un mundo donde la confianza se construye con likes y reseñas de cinco estrellas, ¿hemos perdido la capacidad de conectar genuinamente sin esperar nada a cambio?
O tal vez el problema radica en las expectativas. Couchsurfing promete una utopía de viajes y conexiones, pero la realidad es que no todos compartimos la misma visión de lo que significa la hospitalidad o el intercambio cultural.
Conclusión: Cerrando la puerta, pero no el corazón #
Finalmente, decidí alejarme de Couchsurfing. No fue una decisión fácil, pero sentí que la plataforma no se alineaba con mis valores y expectativas como viajero y como anfitrión.
Sin embargo, esta experiencia no ha minado mi fe en la bondad humana ni en el valor del intercambio cultural. Si acaso, me ha enseñado la importancia de establecer límites claros, comunicar expectativas y, sobre todo, a valorar aquellos encuentros genuinos que, aunque raros, aún existen.
Para aquellos que aún quieran aventurarse en el mundo de Couchsurfing, mi consejo es: vayan con el corazón abierto, pero los ojos bien abiertos. La hospitalidad verdadera existe, pero quizás no siempre se encuentra donde esperamos.
Y para mí, el viaje continúa. Quizás ya no a través de una aplicación, sino en esos encuentros fortuitos y conexiones espontáneas que ocurren cuando menos lo esperamos. Porque al final, el verdadero espíritu del viaje no reside en dónde dormimos, sino en las historias que compartimos y las personas que conocemos en el camino.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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