Jerusalén, ciudad milenaria y epicentro de tres grandes religiones, es un destino que te deja sin aliento. Sus calles rebosan historia, espiritualidad y una mezcla única de culturas.
Aunque mi visita se vio truncada por asuntos familiares y no pude adentrarme en la Ciudad Vieja, los alrededores de Jerusalén me cautivaron con su belleza y significado. Os cuento mis experiencias en esta fascinante urbe, explorando sus barrios y rincones más allá de las murallas.
Monte de los Olivos #
El Monte de los Olivos es, sin duda, uno de los lugares más emblemáticos de Jerusalén. Nada más llegar, me quedé maravillado con las vistas panorámicas de la Ciudad Vieja. Es impresionante cómo se extiende ante tus ojos, con la Cúpula de la Roca brillando bajo el sol.
Paseando entre los antiguos olivos, no pude evitar sentir la carga histórica y espiritual del lugar. Me encontré con peregrinos de todo el mundo, algunos rezando en silencio, otros cantando himnos. La atmósfera es realmente especial, incluso para alguien que no sea creyente.
Tumba de María #
Bajando por la ladera del Monte de los Olivos, me topé con la Iglesia de la Asunción, que alberga la supuesta tumba de la Virgen María. Lo curioso es que este lugar es venerado tanto por cristianos como por musulmanes, lo que da una idea de la complejidad religiosa de Jerusalén.
Al entrar, me sorprendió la oscuridad y el aroma a incienso. Bajé por una escalera empinada hasta llegar a la cripta. Allí, en un ambiente íntimo y recogido, vi a gente de distintas confesiones orando juntas. Fue un momento de reflexión sobre cómo, a veces, las diferencias se diluyen ante la fe.
Getsemaní #
Justo al pie del Monte de los Olivos se encuentra el Jardín de Getsemaní. Aquí, según la tradición, Jesús oró la noche antes de su crucifixión. El jardín está lleno de olivos milenarios, algunos de los cuales dicen que tienen más de 2000 años.
Me senté un rato en un banco, observando estos árboles retorcidos y antiguos. No pude evitar imaginarme las escenas bíblicas que supuestamente ocurrieron allí. Independientemente de las creencias de cada uno, el lugar transmite una sensación de paz y conexión con el pasado que es difícil de describir.
La Iglesia de Todas las Naciones, justo al lado, es una preciosidad. Sus mosaicos dorados brillan bajo el sol y su interior es un remanso de tranquilidad.
Tumba del Rey David #
Aunque no pude entrar en la Ciudad Vieja, sí que visité la Tumba del Rey David, situada en el Monte Sion, justo fuera de las murallas. El edificio en sí no es muy impresionante, pero el ambiente que se respira es fascinante.
Vi a judíos ortodoxos rezando con fervor, algunos meciéndose rítmicamente frente al cenotafio cubierto con un paño. Me llamó la atención cómo el lado de los hombres y el de las mujeres están separados por una partición. Aunque no soy religioso, respeté las costumbres y me puse una kipá para entrar.
Cenáculo #
Justo encima de la Tumba de David se encuentra el Cenáculo, el lugar donde según la tradición cristiana tuvo lugar la Última Cena. La sala gótica, con sus altas bóvedas, tiene un aire solemne y misterioso.
Me sorprendió encontrar un mihrab (nicho que indica la dirección de La Meca) en una de las paredes, vestigio de cuando el lugar fue convertido en mezquita. Es un ejemplo perfecto de cómo en Jerusalén las distintas religiones se superponen y conviven.
Abadía de la Dormición #
A pocos pasos del Cenáculo se alza la imponente Abadía de la Dormición. Su arquitectura neorrománica destaca entre los edificios circundantes. Según la tradición, aquí es donde la Virgen María "se durmió" antes de su asunción.
El interior de la iglesia es precioso, con mosaicos y pinturas que narran la vida de María. Bajé a la cripta y me encontré con una estatua yacente de la Virgen. El ambiente es de recogimiento y paz, ideal para sentarse un rato a descansar y reflexionar.
Yemin Moshe #
Este pintoresco barrio, justo fuera de las murallas de la Ciudad Vieja, fue una grata sorpresa. Sus callejuelas empedradas y casas de piedra con tejados rojos me transportaron a otra época. Me encantó perderme por sus rincones, descubriendo pequeños jardines y vistas inesperadas de la ciudad.
El molino de viento Montefiore, símbolo del barrio, es una estampa preciosa contra el cielo azul de Jerusalén. Me senté en un banco cercano y disfruté del atardecer, viendo cómo la luz dorada bañaba las piedras de la ciudad.
Mercado de Mahane Yehuda #
Aunque no está en el centro histórico, no pude resistirme a visitar el famoso mercado de Mahane Yehuda. ¡Qué explosión de colores, olores y sabores! Los puestos rebosan de frutas exóticas, especias aromáticas y dulces tentadores.
Me dejé llevar por el bullicio y la energía del lugar. Probé un delicioso falafel y compré algunas especias para llevarme a casa. Por la tarde, cuando los puestos empiezan a cerrar, el mercado se transforma y los bares y restaurantes cobran vida. Es el momento perfecto para tomar una cerveza local y charlar con los lugareños.
Museo de Israel #
Es enorme y alberga una impresionante colección de arqueología, arte y cultura judía. Lo que más me impactó fue la maqueta de Jerusalén en la época del Segundo Templo. Te da una idea clara de cómo era la ciudad hace 2000 años.
El Santuario del Libro, donde se exhiben los Rollos del Mar Muerto, es impresionante. Su arquitectura única, que simula la tapa de las vasijas donde se encontraron los rollos, es una obra de arte en sí misma.
Aunque no pude terminar de ver todo el museo (es realmente extenso), salí con la sensación de haber hecho un viaje en el tiempo por la historia de Israel y del judaísmo.
Parque de Sacher #
Para terminar mi visita a Jerusalén, decidí relajarme en el Parque de Sacher. Este gran espacio verde en el corazón de la ciudad es el lugar perfecto para desconectar del bullicio urbano.
Me tumbé en el césped, bajo la sombra de un árbol, y observé a las familias haciendo picnic, a los jóvenes jugando al frisbee y a los ancianos paseando tranquilamente. Es un oasis de tranquilidad que refleja la vida cotidiana de los jerusalemitas, lejos de los circuitos turísticos.
Mientras veía el atardecer sobre la ciudad, reflexioné sobre mi viaje. Aunque lamenté no haber podido explorar la Ciudad Vieja, me di cuenta de que Jerusalén es mucho más que sus lugares sagrados. Es una ciudad viva, compleja y fascinante que te atrapa con su energía única.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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