Ibiza, esa pequeña isla en el Mediterráneo, es mucho más que su fama de fiesta y desenfreno. Es un lugar donde la naturaleza virgen se mezcla con la historia milenaria, donde las playas de aguas cristalinas conviven con pueblos pintorescos y donde la tranquilidad de sus calas se alterna con la energía de su vida nocturna.
Os invito a descubrir conmigo los encantos de esta isla mágica que me ha robado el corazón.
Dalt Vila #
Nada más llegar a Ibiza, me quedé prendado de Dalt Vila, el casco antiguo amurallado de la ciudad. Perderse por sus callejuelas empedradas es como viajar en el tiempo. Cada esquina esconde una sorpresa: una pequeña plaza, un mirador con vistas al mar, una tienda de artesanía local...
Lo mejor es subir hasta lo alto de la ciudadela al atardecer. Ver cómo el sol se pone sobre el puerto, tiñendo de naranja las murallas renacentistas, es un espectáculo que no olvidaré jamás. Y si os apetece un poco de historia, no dejéis de visitar la Catedral de Santa María, desde cuyo campanario tendréis una vista panorámica de toda la isla.
Playa de Ses Salines #
¿Quién no ha oído hablar de las famosas playas de Ibiza? Ses Salines es, sin duda, una de las más emblemáticas. Sus aguas turquesas y su arena blanca la convierten en un auténtico paraíso. Pero lo que más me llamó la atención fue el ambiente. Es como un pequeño mundo en sí mismo.
Pasé una tarde entera tumbado bajo una sombrilla, observando el ir y venir de la gente. Desde familias con niños hasta grupos de amigos y parejas, todos conviven en perfecta armonía. Y si os gusta el people-watching, no os perdáis los chiringuitos de la playa al atardecer. El ambiente se anima y es el lugar perfecto para tomar una sangría mientras veis cómo el sol se hunde en el mar.
Mercadillo hippy de Las Dalias #
Si hay algo que define el espíritu de Ibiza es su famoso mercadillo hippy de Las Dalias. Fui un sábado por la mañana y me encontré inmerso en un mar de colores, olores y sonidos. Los puestos ofrecen de todo: desde ropa y complementos hasta artesanía local y productos ecológicos.
Lo que más me gustó fue charlar con los artesanos. Cada uno tiene una historia que contar, y muchos llevan décadas viviendo en la isla. Mi pareja compró un collar de cuero trenzado a un simpático alemán que llevaba 30 años en Ibiza y nos contó anécdotas de cómo era la isla en los años 70. Si vais, no os perdáis los zumos naturales que venden en uno de los puestos centrales. ¡Están buenísimos!
Cala d'Hort #
Si buscáis una playa más tranquila, os recomiendo Cala d'Hort. Es una pequeña cala de arena dorada y aguas cristalinas, pero lo que la hace única son las vistas al islote de Es Vedrà. Esta formación rocosa que se alza imponente frente a la costa tiene algo mágico.
Me pasé horas sentado en la arena, hipnotizado por Es Vedrà. Dicen que es uno de los puntos con más energía de la isla, y la verdad es que se respira una atmósfera especial. Si os animáis a hacer snorkel, os esperan fondos marinos llenos de vida. Y para los más románticos, os recomiendo quedaros hasta el atardecer. Ver cómo el sol se pone tras Es Vedrà es una experiencia casi mística.
Pueblo de Santa Gertrudis #
En el corazón de la isla se encuentra Santa Gertrudis, un pueblecito encantador que parece sacado de una postal. Sus casas encaladas, sus calles peatonales y su plaza central con la iglesia me enamoraron nada más llegar. Es el lugar perfecto para escapar del bullicio de las zonas más turísticas.
Pasé una mañana paseando por sus calles, descubriendo pequeñas galerías de arte y tiendas de artesanía. Pero lo mejor fue la hora del almuerzo. En la plaza hay varios bares y restaurantes con terrazas donde se puede disfrutar de la gastronomía local. Probé las famosas "hierbas ibicencas" acompañando a un plato de bullit de peix, y fue una experiencia para el paladar. Si os gusta la cocina tradicional, este es vuestro sitio.
Cueva de Can Marçà #
Una de las sorpresas de mi viaje fue la visita a la Cueva de Can Marçà, en el norte de la isla. Esta antigua cueva de contrabandistas se ha convertido en una atracción turística, pero no por ello ha perdido su encanto. La visita guiada es fascinante, y las formaciones de estalactitas y estalagmitas son impresionantes.
Lo que más me impactó fue el espectáculo de luz y sonido que recreaba una cascada en el interior de la cueva. Puede sonar un poco kitsch, pero la verdad es que el efecto es mágico. Y al salir, las vistas del acantilado y el mar son espectaculares. Si vais con niños, les encantará la historia de piratas y contrabandistas que rodea la cueva.
Puesta de sol en Café del Mar #
No podía irme de Ibiza sin vivir una de sus famosas puestas de sol. Y aunque hay muchos lugares para verla, elegí el mítico Café del Mar en Sant Antoni. Sí, es turístico y está siempre lleno, pero la experiencia vale la pena.
Llegué temprano para coger un buen sitio en la terraza y pedí uno de sus famosos cócteles. A medida que se acercaba la hora, la música chill out empezó a sonar y el ambiente se fue caldeando. Y entonces ocurrió la magia: el sol empezó a hundirse en el mar, tiñendo el cielo de tonos naranjas y rosas. Todo el mundo guardó silencio por un momento, como si el tiempo se hubiera detenido. Es uno de esos momentos que se quedan grabados en la memoria.
Paseo por el Puerto de Ibiza #
Una de las cosas que más me gustó fue pasear por el Puerto de Ibiza al caer la tarde. El contraste entre los lujosos yates amarrados y los pequeños botes de pescadores es fascinante. La zona está llena de bares y restaurantes, pero lo que más me llamó la atención fue la cantidad de artistas callejeros.
Me senté en un banco frente al mar y me quedé un buen rato observando el ir y venir de la gente. Parejas paseando de la mano, grupos de amigos riendo, familias con niños... Es como si toda la isla se diera cita en este lugar. Y si os gusta la fotografía, no os perdáis la luz dorada del atardecer reflejándose en el agua. ¡Es mágica!
Sa Penya #
Para terminar mi recorrido por Ibiza, os recomiendo perderos por el barrio de Sa Penya. Es la zona más antigua y pintoresca del puerto, con casas encaladas y callejuelas estrechas que bajan hasta el mar. Cada rincón parece sacado de una postal.
Lo mejor es ir sin rumbo fijo, dejándose llevar. En cada esquina encontraréis algo que os sorprenderá: un pequeño bar con terraza, una tienda de artesanía, un mirador con vistas al puerto... Yo descubrí un pequeño restaurante escondido donde probé el mejor "sofrit pagès" de mi vida. Y si os gusta la fotografía, preparad la cámara: los contrastes entre el blanco de las casas, el azul del mar y los toques de color de las buganvillas son una delicia para la vista.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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