Hiroshima, una ciudad que ha sabido renacer de las cenizas de la tragedia, se alza hoy como un testimonio vivo de la resiliencia humana. Esta urbe japonesa, bañada por siete ríos y rodeada de verdes colinas, no solo es un recordatorio de los horrores de la guerra, sino también un canto a la vida y la paz.
Sus calles bulliciosas, sus parques serenos y su gente acogedora te invitan a sumergirte en una experiencia única que mezcla historia, cultura y modernidad.
Parque Conmemorativo de la Paz #
El corazón de Hiroshima late en este parque, un espacio que te dejará sin aliento. Nada más entrar, el silencio te envuelve y sientes el peso de la historia. La Cúpula de la Bomba Atómica se alza frente a ti, desafiando al tiempo y recordándonos el pasado. Es imposible no emocionarse al verla.
Paseando por sus senderos arbolados, llegas a la Llama de la Paz, que arde incansable desde 1964. Me quedé un buen rato observándola, pensando en cuántas historias habrá presenciado. El Cenotafio, con su forma de silla, alberga los nombres de todas las víctimas conocidas. Es un momento para la reflexión y el recuerdo.
Lo que más me impactó fueron las mil grullas de papel. Verlas todas juntas, coloridas y llenas de esperanza, me puso un nudo en la garganta. Son un símbolo precioso de la paz y los deseos de un mundo mejor.
Castillo de Hiroshima #
¡Menuda sorpresa me llevé al ver el Castillo de Hiroshima! Aunque es una reconstrucción del original destruido en 1945, no deja de ser impresionante. Sus muros blancos y tejados de tejas negras destacan contra el cielo azul, creando una estampa de postal.
Lo mejor es subir hasta la quinta planta. Las vistas de la ciudad son espectaculares, y te permiten hacerte una idea de cómo era la antigua Hiroshima. El museo del interior es pequeñito pero interesante, con maquetas y objetos que te transportan a la época feudal.
Mi consejo es ir al atardecer. Ver cómo el sol se pone tras el castillo, tiñendo todo de naranja, es una experiencia mágica que no olvidaré.
Jardín Shukkeien #
Después de tanto hormigón y historia, el Jardín Shukkeien es como un oasis de tranquilidad. Nada más entrar, el bullicio de la ciudad desaparece y te sientes transportado a otro mundo. Sus senderos serpenteantes te llevan por un paisaje en miniatura de colinas, valles y lagos.
Me encantó sentarme en una de las casitas de té y simplemente observar. Los peces koi nadando en el estanque, las flores de cerezo en primavera, las hojas rojas en otoño... cada estación tiene su encanto.
Si tienes suerte, como me pasó a mí, puedes presenciar una ceremonia del té tradicional. Ver la precisión y la elegancia de los movimientos es fascinante, aunque confieso que el sabor del matcha no terminó de convencerme.
Museo de Arte de Hiroshima #
Para los amantes del arte como yo, este museo es una parada obligatoria. Lo que más me gustó es que combina obras tradicionales japonesas con arte contemporáneo de una forma muy equilibrada. La colección de ukiyo-e (grabados en madera) es impresionante, con algunas obras de Hokusai que te dejan boquiabierto.
Pero lo que realmente me sorprendió fue la sección de arte contemporáneo. Hay algunas instalaciones que juegan con la luz y el espacio de una forma que te hace replantearte tu percepción del mundo. Recuerdo especialmente una obra que utilizaba espejos y proyecciones para crear la ilusión de un espacio infinito.
El edificio en sí ya es una obra de arte. Sus líneas limpias y su uso inteligente de la luz natural hacen que pasear por sus salas sea un placer para los sentidos.
Calle de la Paz #
Después de tanta cultura, un poco de vida urbana viene bien. La Calle de la Paz es el corazón comercial de Hiroshima y, la verdad, me sorprendió gratamente. Es una calle peatonal larguísima, llena de tiendas, cafeterías y restaurantes.
Lo que más me gustó fue la mezcla de lo moderno con lo tradicional. Puedes encontrar grandes almacenes con las últimas tecnologías y, justo al lado, pequeñas tiendas familiares que llevan generaciones vendiendo kimonos o dulces tradicionales.
A media tarde, cuando el sol empieza a bajar, la calle se llena de vida. Grupos de estudiantes, oficinistas saliendo del trabajo, turistas curioseando... El ambiente es genial y es el lugar perfecto para hacer un poco de gente-watching mientras te tomas un café.
Okonomimura #
¡Ay, la comida! Si hay algo que me conquistó en Hiroshima fue el okonomiyaki, y no hay mejor lugar para probarlo que Okonomimura. Es un edificio entero dedicado a esta delicia local, con decenas de pequeños puestos donde los cocineros preparan estas "pizzas japonesas" frente a ti.
El olor cuando entras es increíble, una mezcla de verduras a la plancha, carne y especias que te hace la boca agua. Me costó decidirme entre tanta variedad, pero al final opté por el clásico de Hiroshima con cerdo y mucho katsuobushi (copos de bonito).
Ver cómo lo preparan es todo un espectáculo. La habilidad con la que apilan las capas de ingredientes y voltean la masa en la plancha es hipnotizante. Y el sabor... ¡madre mía! Crujiente por fuera, jugoso por dentro, con esa salsa especial que le da el toque final. Una experiencia gastronómica que no te puedes perder.
Templo Mitaki-dera #
Alejado del bullicio del centro, el templo Mitaki-dera fue uno de mis descubrimientos favoritos en Hiroshima. Situado en la ladera de una montaña, llegar hasta allí es toda una aventura. El camino serpentea entre bosques de bambú y arces, y con cada paso sientes que te alejas más de la ciudad moderna.
Lo primero que te recibe es el sonido del agua. El templo está rodeado de pequeñas cascadas y arroyos que crean una atmósfera de paz absoluta. Las pagodas de tres pisos, pintadas de un rojo intenso, contrastan con el verde del bosque creando una imagen de postal.
Pero lo que realmente me cautivó fue la estatua de Jizo cubierta de musgo. Situada en un rincón tranquilo del templo, esta figura desgastada por el tiempo tiene algo mágico. Me senté frente a ella un buen rato, escuchando el murmullo del agua y sintiendo cómo toda la tensión del viaje se desvanecía.
Isla de Miyajima #
Vale, técnicamente no está en Hiroshima ciudad, pero no podía dejar de mencionarla. Miyajima es como un mundo aparte, y el viaje en ferry para llegar allí ya es toda una experiencia. Lo primero que ves al acercarte es el famoso torii flotante, y te aseguro que ninguna foto le hace justicia.
Los ciervos que pasean libremente por la isla son adorables, aunque un poco pesados si llevas comida. El Santuario de Itsukushima, construido sobre el agua, parece cambiar con las mareas, creando un espectáculo diferente cada vez que lo miras.
Mi momento favorito fue subir al Monte Misen en el teleférico. Las vistas desde arriba son espectaculares, con el mar salpicado de pequeñas islas hasta donde alcanza la vista. Si tienes tiempo, te recomiendo bajar a pie. El bosque es precioso y hay varios templos escondidos en el camino que merecen una visita.
Memorial de la Paz de los Niños #
Para terminar, quiero hablar de un lugar que me tocó el corazón: el Memorial de la Paz de los Niños. Está dedicado a Sadako Sasaki y a todos los niños víctimas de la bomba atómica. La historia de Sadako y sus mil grullas de papel es conocida en todo Japón, y ver la estatua rodeada de coloridas guirnaldas de origami es muy emotivo.
Lo que más me impresionó fue la campana de la paz. Tiene una forma curiosa, como un globo terráqueo, y cualquiera puede hacerla sonar. El sonido es profundo y reverberante, y se dice que llega a todos los rincones del mundo pidiendo paz.
Hay una pequeña exposición con dibujos y cartas de niños de todo el mundo. Leerlas te deja un sabor agridulce, una mezcla de tristeza por lo ocurrido y esperanza en un futuro mejor. Es un lugar para reflexionar y, quizás, para hacer tu propia grulla de papel como símbolo de paz.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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