Hay veces que los recuerdos de nuestra infancia se anclan a los lugares más insospechados. Para muchos bilbaínos de mi generación, uno de esos anclajes era un enorme mural publicitario de leche RAM que durante décadas adornó la fachada del portal número 12 de la calle Artasamina.
Un gigante publicitario en el corazón de Bilbao #
Recuerdo perfectamente aquel mural. Era imposible no verlo si ibas en coche por la Avenida Maurice Ravel (anteriormente conocida como la autovía del puente de La Salve) o si caminabas por las calles aledañas. Allí estaba, imponente, cubriendo toda la fachada lateral de aquel edificio: un gigantesco anuncio de RAM con su logo, un sol radiante sobre el mar, y su eslogan "La calidad y el sabor de siempre".
Para un niño que crecía en Bilbao en los años 90, aquel anuncio era mucho más que publicidad. Era un hito, un punto de referencia en la ciudad. "Ya estamos llegando a casa", pensaba cada vez que lo veía desde el coche de mis padres. O "vamos bien" cuando íbamos de excursión y pasábamos por allí.
La historia oculta tras el mural: una comunidad "de mala leche" #
Lo que muchos no sabíamos entonces era la historia que se escondía detrás de aquel mural. La comunidad de propietarios del edificio había llegado a un acuerdo con La Lactaria Española, la empresa original dueña de RAM, para recibir un canon anual por el uso de su fachada como soporte publicitario. Sin embargo, cuando la empresa quebró a finales de los 90, apenas tres años después de instalar el cartel, los pagos cesaron.
La marca RAM fue posteriormente adquirida por la multinacional Puleva, pero esta no asumió el compromiso de pago a la comunidad. Así, durante más de dos décadas, los vecinos vieron cómo su edificio seguía siendo un reclamo publicitario sin recibir un euro a cambio. Una situación que, comprensiblemente, les dejó "de mala leche".
No era una obra de arte, es cierto. No tenía el valor estético de los murales que hoy adornan barrios como Uribarri o Bilbao la Vieja. Pero tenía algo que iba más allá de lo artístico: era parte de nuestro paisaje urbano, de nuestra memoria colectiva.
Testigo silencioso de la transformación de Bilbao #
Durante casi 30 años, aquel mural resistió los embates del tiempo y los cambios de la ciudad. Vio cómo se construía el Guggenheim, cómo Bilbao se transformaba de ciudad industrial a urbe moderna y cosmopolita. Y allí seguía, imperturbable, recordándonos que algunas cosas, como el sabor de la leche de toda la vida, no cambiaban.
Hoy, si pasas por allí, ya no verás el mural de RAM. En su lugar, un gran rectángulo blanco ocupa la fachada. Es como si hubieran borrado un trozo de nuestra historia, de nuestra infancia.
Sé que es irracional sentir nostalgia por un anuncio publicitario. Sé que, en el fondo, no era más que eso: publicidad. Pero para los que crecimos viéndolo cada día, era mucho más. Era una constante en un mundo que cambiaba demasiado rápido, un recordatorio de nuestros años de inocencia.
Ahora, cada vez que paso por allí y veo ese espacio en blanco, siento una punzada de melancolía. Es como si hubieran borrado un trozo de mi infancia. Pero supongo que así es la vida en las ciudades: cambian, evolucionan, se reinventan. Y nosotros cambiamos con ellas.
Quizás algún día pinten un nuevo mural en esa fachada. Tal vez sea una obra de arte moderna, o un nuevo anuncio. Sea lo que sea, para las nuevas generaciones de bilbaínos será lo que el mural de RAM fue para nosotros: un punto de referencia, un trozo de su paisaje cotidiano.
Mientras tanto, los que crecimos con aquel sol radiante sobre el mar vigilando la ciudad, seguiremos recordándolo con cariño. Porque a veces, los recuerdos más dulces vienen en forma de anuncios gigantes pintados en las paredes de nuestra ciudad, incluso si detrás de ellos se esconden historias de desacuerdos y promesas incumplidas.
Juanjo Marcos
Desarrollador y diseñador web actualmente afincado en Bilbao. Desde que tengo uso de razón viajar es una de mis grandes pasiones, junto a la tecnología, la fotografía y los largos paseos sin rumbo definido.
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